lunes, 20 de febrero de 2017

Enfocando la seguridad aérea

No fue hasta los años 60, con unas carreteras que se empezaban a llenar de coches, cuando las autoridades se empezaron a preocupar por aquello de la seguridad vial para todos y no solo para los profesionales, y posiblemente ya hayamos alcanzado "los años 60" de la aviación con la llegada masiva de los drones al espacio aéreo.

Posiblemente sea ya la hora de seguir un camino paralelo al seguido por la seguridad vial pero, esta vez, en términos de seguridad aérea que es el medio que nos toca.


La señal es clara pues ya no solo tienen acceso al espacio aéreo las aeronaves de los militares, los profesionales o de unos pocos privilegiados, como ocurriera con las carreteras y la automoción en la primera mitad del siglo XX.

El uso del espacio aéreo se ha universalizado con los drones, como ocurrió con las carreteras con la aparición del 600, y ahora cualquiera puede acceder al espacio aéreo con su aeronave que puede ser desde el drone recreativo más ligero hasta el avión de transporte aéreo más pesado, pasando por todo el amplio abanico de posibilidades que la tecnología (y el bolsillo) nos brinda.

Tenemos delante un escenario de riesgo que se repite y para el que no debemos empezar a esperar estadísticas comparables a las de muertes en carretera de mediados del pasado siglo, suponiendo que no queramos repetir la historia. Así que la pregunta es: ¿cómo mitigamos desde ya el riesgo para la seguridad aérea que supone la mezcla de perfiles tan diversos de aeronaves y usuarios en el seno del bien común que representa nuestro espacio aéreo?

Ésto es lo que ocurría con la accidentalidad en carretera en el siglo pasado. La aplicación de políticas de seguridad vial a todos los niveles de la sociedad desde los años 70 conseguía el punto de inflexión que se observa en 1990.

La prohibición de unos en favor de los otros, mucho nos tememos, no es opción en sociedades democráticas como la nuestra. La regulación, sin tener en cuenta el factor humano y los distintos perfiles de usuarios, no es una medida de mitigación realista pues se termina convirtiendo en una sobrerregulación que fracasa como fracasan todas las leyes duras, complejas y desproporcionadas para las que la sociedad civil no está suficientemente preparada o concienciada.

Solo nos queda seguir la senda marcada por la seguridad vial educando en seguridad aérea y aumentando la cultura aeronáutica de nuestra sociedad desde sus bases ya que, lamentablemente, en España dicha faceta cultural brilla por su ausencia.

Se puede hacer con avionetas y, hasta más fácil y barato, con drones que están más al alcance del público en general.
Lo importante es hacerlo y educar en seguridad aérea.

No es una solución inmediata sino una inversión de futuro, pues educar a toda una sociedad en "seguridad aérea" es tarea similar a la que se inició con la seguridad vial en los años 60 del pasado siglo y de la que apreciamos sus primeros resultados comenzada la década de los 90.

Pero hay que empezar ya porque serán bastantes los años (una generación entera dicen algunos con pesimismo) los que nos cueste que el ciudadano medio aprecie los riesgos que su actividad (incluso la recreativa) puede suponer para la seguridad aérea y comprenda la importancia que tiene respetar unas normas básicas y aplicar las buenas prácticas aeronáuticas, incluso cuando juega en el parque con su drone.

Son los representantes sectoriales (federaciones, asociaciones, clubes, etc) y nuestras autoridades y gestores de lo público los que tienen la patata caliente. Solo hay que ponerse a trabajar y empezar a actuar porque el reloj no se va a parar... ni los fabricantes de drones tampoco.

¿Son los drones el SEAT 600 de nuestros cielos? La historia se repite, pero esta vez no lo hace a ras de suelo.



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